La Orden de
Predicadores reconoce, desde sus inicios, la protección de la Virgen María y no
“duda en confesarla y en recomendarla a todos –frailes, monjas, hermanas y
seglares- para que apoyados en su protección maternal, se unan con mayor
intimidad al Mediador y Salvador” (LG, n.62) para llevar a cabo la difícil
misión de la salvación de los hombres. Sor Cecilia nos cuenta, con claridad y
gracia, la visión que Santo Domingo les refirió a ella y a las monjas de San
Sixto de Roma: “En una ocasión el bienaventurado Domingo se quedó orando en la
iglesia hasta la media noche y, llegando al dormitorio, se puso a orar al
ingreso. Cuando estaba así en oración, miró hacia el fondo del dormitorio y vio
llegar a tres señoras muy hermosas, y la que estaba en el centro parecía más
venerable y de aspecto aún más hermoso y digno que las otras dos. Una de ellas
llevaba un recipiente bellísimo reluciente, y la otra llevaba un hisopo, que lo
dio a aquella señora que caminaba en el centro. con el hisopo, la señora
rociaba y signaba con la cruz a los frailes. Esta señora dijo al bienaventurado
Domingo: “Yo soy la misma a quien invocáis cada día, y cuando decís: Ea, pues, abogada nuestra, me postro
ante mi Hijo pidiendo por el mantenimiento de esta Orden”. Después de esto y de
dar una vuelta por el dormitorio signando y rociando a cada fraile,
desapareció”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario