El Papa Benedicto XVI autorizó a la Congregación para las Causas de los
Santos, el pasado 10 de mayo, a promulgar varios decretos de beatificación,
entre ellos los referentes a los mártires y Siervos de Dios Raimundo Castaño
González y José María González Solís; españoles, sacerdotes profesos de la
Orden de los Frailes Predicadores, y compañeros asesinados por odio a la fe en
Bilbao (España) el 2 de octubre de 1936.
1.- RAIMUNDO JOAQUÍN
GONZÁLEZ CASTAÑO, sacerdote de la Orden Dominicana. Nació el 20 de
agosto de 1865 en el barrio de Oñón, de la villa de Mieres, en el Principado de
Asturias (España), y el mismo día que recibió el regalo de la vida fue
agraciado con el don del bautismo. Brilló desde la infancia por su buena disposición
e ingenio despierto, que comenzó a cultivar en una escuela de la ciudad de
Oviedo. Pronto dirigió sus pasos hacia el seminario diocesano y, completados
los estudios humanísticos, pidió el ingreso en el noviciado Dominicano de
Corias, en la misma región de Asturias. Transcurrido el año de noviciado hizo
su profesión religiosa el 5 de noviembre de 1881. Realizados los estudios de
filosofía y teología recibió el presbiterado, hacia 1889, aunque por las
pérdidas documentales sufridas durante la persecución arriba mencionada, no se
tenga constancia de la fecha exacta.
Bien dotado para la
enseñanza fue enviado al colegio de San José de Vergara (Guipúzcoa), donde
transcurrió un tiempo dedicado a la educación de la juventud. Después lo
enviaron a Palencia para que se consagrara a la predicación, vocación que
sentía muy viva. Restaurada la provincia de Andalucía o Bética en 1897 dio su
nombre para la misma y pasó a Zafra (Badajoz), donde se hallaba en 1898
formando parte de la casa de formación, que integraba unos 60 miembros, tal
como escribía él mismo al Socio del Maestro de la Orden, P.
Jerónimo Coderch. Por entonces desempeñaba el cargo de secretario del prior
provincial, P. Paulino Álvarez. Fue también ecónomo de la provincia. En 1900
poseía ya el título de lector, que le facultaba para la enseñanza en los
centros de estudios de la Orden. En 1902 estaba en
el convento de Cuevas de Almería.
En nombre del provincial
recibió en 1903 la iglesia de San Agustín de Córdoba, en 1905 pasó a Almería, y
en 1907 era prior del convento de Jerez de la Frontera.
Como prior del convento de Jerez
asistió al capítulo provincial celebrado en abril de 1907. En él fue elegido
definidor e hizo de actuario del capítulo. Un año antes, el 11 de abril de
1906, había formalizado la transfiliación de la provincia de España a la de
Bética. En 1907 fue nombrado vice regente del estudio de Almagro, y comenzó a
enseñar materias teológicas, Sagrada Escritura e Historia de la Iglesia,
principalmente.
En orden a la restauración
de la provincia de Portugal fue enviado en 1910 con otros dos hermanos a Viana
do Castello. Al año siguiente, sin embargo, pasó al santuario de Nuestra Señora
de las Caldas de Besaya (Santander), reintegrándose a su provincia de origen,
que era la de España. En 1915 formaba parte de la comunidad de San Pablo de
Valladolid, donde estuvo hasta enero de 1922, en que fue elegido prior de San
Pablo de Palencia. En este mismo año le otorgaron el título de predicador
general, y el nombramiento de cronista de la provincia. En 1927 moraba en el
convento de Nuestra Señora de Atocha de Madrid, y al año siguiente en la Vicaria del monasterio
de Santa Catalina, en la calle Mesón de Paredes, asimismo de Madrid, donde por
un tiempo coincidió con fray José María González Solís. Recibió el encargo de
gestionar asuntos de la provincia ante la curia diocesana de Madrid. En 1930
era conventual de Santo Domingo de Oviedo. En 1932 fue nombrado vicario de las
monjas Dominicas de Quejana (Álava), donde continuó hasta su apresamiento,
asignado primero al convento de Oviedo y, finalmente, al de San Esteban de
Salamanca.
Poseía grandes cualidades
para el apostolado que desarrolló en forma de misiones populares, ejercicios
espirituales y otras formas de predicación por numerosas regiones de España. Su
ministerio, proyectado con frecuencia hacia los sacerdotes, brotaba de la
oración, el estudio, la vida regular y penitente. Acudían a él muchas personas
de toda condición social en busca de dirección espiritual, y trató a los reyes
Alfonso XIII y María Cristina. Se mostraba caritativo para con los pobres,
convencido de que «lo que se da por la puerta retorna por la ventana». Era
afable en el trato, optimista, alegre, muy devoto de la Eucaristía,
del Sagrado Corazón de Jesús y de la Santísima Virgen del Rosario. «Todo
le cansaba, menos el Sagrario», solía decir.
Acostumbraba a rezar el
oficio divino delante del Santísimo y gran parte de rodillas. Se preparaba
durante media hora para la Santa Misa y más de media
hora duraba su acción de gracias después de ella. Nunca se disponía a predicar
sin haber hecho un guión de lo que pretendía exponer. Confesaba a muchos
sacerdotes y organizaba retiros espirituales para los mismos. Además de recitar
él las tres partes del rosario, rezaba otra acompañado personas del entorno de
la vicaría de Quejana.
Era muy metódico y puntual,
gozaba de buena salud, y trabajaba mucho, sobre todo escribiendo. Editó un
manual de oratoria sagrada, sermones, una biografía sobre santo Domingo, y
tradujo del francés las obras completas de fray Henri Dominique Lacordaire,
O.P., publicadas en Madrid. Fue un trabajador infatigable, hablaba poco y oraba
mucho, y se dedicaba a la traducción de libros con mucha intensidad. Lo
observaban escribiendo sin descanso.
2. - JOSÉ MARÍA GONZÁLEZ SOLÍS, sacerdote
también de la Orden de santo
Domingo, nació en Santibáñez de Murias (Aller – Asturias), el 15 de enero de
1877, y fue bautizado el mismo día en la iglesia parroquial de Santa María.
Ingresó en el noviciado dominicano de Corias (Asturias) el 2 de enero de 1893,
y realizó la profesión religiosa el 3 de enero del año siguiente. Recibió el
presbiterado en la iglesia de San Esteban de Salamanca el 10 de marzo de 1900.
Fue destinado al colegio de San José de Vergara (Guipúzcoa), donde impartió materias
especialmente del área de las matemáticas durante diez años. En 1911 estuvo en
el santuario mariano de Montesclaros (Santander) y en 1912 fue capellán de las
monjas Dominicas de San Sebastián. A partir de 1913 volvió a la enseñanza en el
colegio dominicano de Segovia, hasta 1920, que fue elegido prior del convento
de Padrón (la Coruña). En 1923 lo destinaron al convento de San Pablo de
Valladolid, y fue también profesor de disciplinas de su especialidad. En abril
de 1925 lo eligieron prior de San Esteban de Salamanca. El capítulo provincial
de 1926 lo nombró ecónomo de la provincia, con residencia en Madrid. En este
cargo permaneció hasta el fin de sus días. Estuvo en la vicaría de las monjas
de Santa Catalina, en la calle Mesón de Paredes y, de ordinario, en el convento
de Santo Domingo, en la calle Claudio Coello, del que fue superior. Finalmente,
en de de Nuestra Señora de Atocha, siempre en la capital de España, donde se
hallaba asignado a la hora de la muerte.
Vivió intensamente su consagración religiosa, alto
de estatura, muy ordenado en su vida de oración y trabajo, cuidadoso en la
preparación y acción de gracias de la Eucaristía. Era hombre
sencillo, agradable y muy piadoso. Se dedicaba a sus ocupaciones, hablando solo
lo necesario. En la prisión fue incansable en la asistencia espiritual a sus
hermanos.
A la vicaría de las monjas
Dominicas de Quejana, donde ejercía su ministerio fray Raimundo Castaño llegó
fray José María González Solís el 1 de julio de 1936 para reponer su delicada
salud y predicar después ejercicios espirituales a las religiosas. Vivieron con
honda preocupación en clima comunitario hasta el 25 de agosto en que fueron
hechos prisioneros. Todavía el 15 de agosto de 1936, vigilado de cerca por
milicianos descreídos y ante la contrariedad de los mismos, predicó el Padre
Castaño con gran serenidad sobre el misterio de la Asunción de María en
cuerpo y alma a los cielos. Uno de aquellos milicianos lo amenazó con matarle
si hablaba de nuevo.
Detenidos, como queda dicho,
el 25 de agosto los llevaron prisioneros a Bilbao y allí los encarcelaron,
hasta que, pocos días más tarde, los condujeron al barco-prisión «Cabo
Quilates», fondeado en la ría de Bilbao, entre Erandio y Baracaldo, donde los
sometieron, con verdadera saña, a malos tratos, humillaciones y burlas
continuas. Quisieron obligar a los dos a que renegaran de su fe y a profirieran
blasfemias, a lo que ellos se negaron con extraordinaria firmeza, con más
énfasis el Padre Solís. Lo soportaron todo con resignación y alegría.
Algún compañero de prisión
descubrió en el P. Castaño un alma pura y atrayente, incapaz no solo de hacer
daño a nadie, ni siquiera de pensar que existiera alguien que pudiese hacerlo a
otro. Hasta que se lo prohibieron, rezaba las tres partes del rosario con otros
prisioneros. Luego lo hacía en voz baja con los que estaban cerca. Lo
recordaban como sencillo y bueno. Era la admiración de los compañeros de
infortunio por sus dotes especiales. Uno de los presos comunes que hacía años
que no se confesaba se confesó con él, y después de su muerte lo vieron llorar
como un niño. Otro publicó en un periódico, veinte años después de los hechos,
estas afirmaciones, llenas de emoción: «A ti, Padre Castaño, debe mi alma su
íntimo contacto con Dios; a ti se debe mi completa identificación con los
misterios de la religión; a ti debe el reafirmarme en mi fe, te debo el
acrecentamiento de resignación cristiana a los designios de la divinidad. Con
tu elevado espíritu, tu humildad inigualable, tu envidiable serenidad, ejemplar
conducta, modestia y resignación, fuiste quien en la bodega número 3 infiltró
la santidad hasta en los presos comunes, que para mayor vejamen hicieron
convivir con nosotros las para, nosotros solo, amargas horas del “Quilates”, y
más de uno, convirtiéndose, recibió de ti la absolución en el santo sacramento
de la confesión. Tú que repartiste el lecho y abrigo, el pan en los continuados
días de forzoso ayuno, tú que sin una lamentación o queja, soportaste siempre
con la frente alta y la mirada puesta en lo Alto los mayores insultos, las más
procaces injurias y las más soeces actitudes con que te “distinguían” los
milicianos».
En la noche del 2 al 3 de
octubre de 1936 los hicieron subir a la cubierta del barco. El P. Castaño
ascendió con presteza, con las botas puestas, porque un instinto interior le
animaba hacia la «liberación». En la cubierta fueron fusilados poco después de
las 10 de la noche. Se sabe que algunos de los fusilados en esta ocasión
quedaron malheridos, porque compañeros de cautiverio oyeron, no solo las
descargas de las armas de fuego, sino también los lamentos consiguientes, hasta
que los remataron alrededor de las tres de la madrugada.
Enterraron sus cadáveres en
el cementerio municipal de Santurce, y el 18 de noviembre de 1938 los trasladaron
al mausoleo de Vista Alegre, en Derio, donde continúan en espera de la
resurrección futura.
Desde el momento de la
muerte se tuvo a estos dos Siervos de Dios como mártires de la fe. Esta fama se
fue confirmando con el paso de los años, a medida que se conocieron más datos
sobre el desenlace de sus vidas, con noticias proporcionadas por personas que
compartieron con ellos la prisión. Por lo cual el Obispo de Bilbao el año 1960
abrió una encuesta en orden a su beatificación o declaración de martirio,
averiguación que finalizó en 1961. La Congregación para las Causas
de los Santos reconoció la validez jurídica de este proceso el 10 de octubre de
1997. Elaborada la Positio se debatió
según costumbre y a diversos niveles sobre su martirio.
El Santo Padre Benedicto XVI
el 10 de mayo de 2012, en audiencia concedida al Cardenal Angelo Amato,
Prefecto, ha autorizado a la Congregación para las Causas
de los Santos la publicación del oportuno decreto de martirio de los dos
Siervos de Dios, que se convierten así en Venerables, en espera de que sea
fijada la fecha de la beatificación. (Postulación General O.P.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario