martes, 22 de mayo de 2012

Beatificación de dos dominicos españoles

   El Papa Benedicto XVI autorizó a la Congregación para las Causas de los Santos, el pasado 10 de mayo, a promulgar varios decretos de beatificación, entre ellos los referentes a los mártires y Siervos de Dios Raimundo Castaño González y José María González Solís; españoles, sacerdotes profesos de la Orden de los Frailes Predicadores, y compañeros asesinados por odio a la fe en Bilbao (España) el 2 de octubre de 1936.
       
1.- RAIMUNDO JOAQUÍN GONZÁLEZ CASTAÑO, sacerdote de la Orden Dominicana. Nació el 20 de agosto de 1865 en el barrio de Oñón, de la villa de Mieres, en el Principado de Asturias (España), y el mismo día que recibió el regalo de la vida fue agraciado con el don del bautismo. Brilló desde la infancia por su buena disposición e ingenio despierto, que comenzó a cultivar en una escuela de la ciudad de Oviedo. Pronto dirigió sus pasos hacia el seminario diocesano y, completados los estudios humanísticos, pidió el ingreso en el noviciado Dominicano de Corias, en la misma región de Asturias. Transcurrido el año de noviciado hizo su profesión religiosa el 5 de noviembre de 1881. Realizados los estudios de filosofía y teología recibió el presbiterado, hacia 1889, aunque por las pérdidas documentales sufridas durante la persecución arriba mencionada, no se tenga constancia de la fecha exacta.

   Bien dotado para la enseñanza fue enviado al colegio de San José de Vergara (Guipúzcoa), donde transcurrió un tiempo dedicado a la educación de la juventud. Después lo enviaron a Palencia para que se consagrara a la predicación, vocación que sentía muy viva. Restaurada la provincia de Andalucía o Bética en 1897 dio su nombre para la misma y pasó a Zafra (Badajoz), donde se hallaba en 1898 formando parte de la casa de formación, que integraba unos 60 miembros, tal como escribía él mismo al Socio del Maestro de la Orden, P. Jerónimo Coderch. Por entonces desempeñaba el cargo de secretario del prior provincial, P. Paulino Álvarez. Fue también ecónomo de la provincia. En 1900 poseía ya el título de lector, que le facultaba para la enseñanza en los centros de estudios de la Orden. En 1902 estaba en el convento de Cuevas de Almería.


   En nombre del provincial recibió en 1903 la iglesia de San Agustín de Córdoba, en 1905 pasó a Almería, y en 1907 era prior del convento de Jerez de la Frontera. Como prior del convento de Jerez asistió al capítulo provincial celebrado en abril de 1907. En él fue elegido definidor e hizo de actuario del capítulo. Un año antes, el 11 de abril de 1906, había formalizado la transfiliación de la provincia de España a la de Bética. En 1907 fue nombrado vice regente del estudio de Almagro, y comenzó a enseñar materias teológicas, Sagrada Escritura e Historia de la Iglesia, principalmente.

   En orden a la restauración de la provincia de Portugal fue enviado en 1910 con otros dos hermanos a Viana do Castello. Al año siguiente, sin embargo, pasó al santuario de Nuestra Señora de las Caldas de Besaya (Santander), reintegrándose a su provincia de origen, que era la de España. En 1915 formaba parte de la comunidad de San Pablo de Valladolid, donde estuvo hasta enero de 1922, en que fue elegido prior de San Pablo de Palencia. En este mismo año le otorgaron el título de predicador general, y el nombramiento de cronista de la provincia. En 1927 moraba en el convento de Nuestra Señora de Atocha de Madrid, y al año siguiente en la Vicaria del monasterio de Santa Catalina, en la calle Mesón de Paredes, asimismo de Madrid, donde por un tiempo coincidió con fray José María González Solís. Recibió el encargo de gestionar asuntos de la provincia ante la curia diocesana de Madrid. En 1930 era conventual de Santo Domingo de Oviedo. En 1932 fue nombrado vicario de las monjas Dominicas de Quejana (Álava), donde continuó hasta su apresamiento, asignado primero al convento de Oviedo y, finalmente, al de San Esteban de Salamanca. 

   Poseía grandes cualidades para el apostolado que desarrolló en forma de misiones populares, ejercicios espirituales y otras formas de predicación por numerosas regiones de España. Su ministerio, proyectado con frecuencia hacia los sacerdotes, brotaba de la oración, el estudio, la vida regular y penitente. Acudían a él muchas personas de toda condición social en busca de dirección espiritual, y trató a los reyes Alfonso XIII y María Cristina. Se mostraba caritativo para con los pobres, convencido de que «lo que se da por la puerta retorna por la ventana». Era afable en el trato, optimista, alegre, muy devoto de la Eucaristía, del Sagrado Corazón de Jesús y de la Santísima Virgen del Rosario. «Todo le cansaba, menos el Sagrario», solía decir.

   Acostumbraba a rezar el oficio divino delante del Santísimo y gran parte de rodillas. Se preparaba durante media hora para la Santa Misa y más de media hora duraba su acción de gracias después de ella. Nunca se disponía a predicar sin haber hecho un guión de lo que pretendía exponer. Confesaba a muchos sacerdotes y organizaba retiros espirituales para los mismos. Además de recitar él las tres partes del rosario, rezaba otra acompañado personas del entorno de la vicaría de Quejana.

   Era muy metódico y puntual, gozaba de buena salud, y trabajaba mucho, sobre todo escribiendo. Editó un manual de oratoria sagrada, sermones, una biografía sobre santo Domingo, y tradujo del francés las obras completas de fray Henri Dominique Lacordaire, O.P., publicadas en Madrid. Fue un trabajador infatigable, hablaba poco y oraba mucho, y se dedicaba a la traducción de libros con mucha intensidad. Lo observaban escribiendo sin descanso.

2. - JOSÉ MARÍA GONZÁLEZ SOLÍS, sacerdote también de la Orden de santo Domingo, nació en Santibáñez de Murias (Aller – Asturias), el 15 de enero de 1877, y fue bautizado el mismo día en la iglesia parroquial de Santa María. Ingresó en el noviciado dominicano de Corias (Asturias) el 2 de enero de 1893, y realizó la profesión religiosa el 3 de enero del año siguiente. Recibió el presbiterado en la iglesia de San Esteban de Salamanca el 10 de marzo de 1900. Fue destinado al colegio de San José de Vergara (Guipúzcoa), donde impartió materias especialmente del área de las matemáticas durante diez años. En 1911 estuvo en el santuario mariano de Montesclaros (Santander) y en 1912 fue capellán de las monjas Dominicas de San Sebastián. A partir de 1913 volvió a la enseñanza en el colegio dominicano de Segovia, hasta 1920, que fue elegido prior del convento de Padrón (la Coruña). En 1923 lo destinaron al convento de San Pablo de Valladolid, y fue también profesor de disciplinas de su especialidad. En abril de 1925 lo eligieron prior de San Esteban de Salamanca. El capítulo provincial de 1926 lo nombró ecónomo de la provincia, con residencia en Madrid. En este cargo permaneció hasta el fin de sus días. Estuvo en la vicaría de las monjas de Santa Catalina, en la calle Mesón de Paredes y, de ordinario, en el convento de Santo Domingo, en la calle Claudio Coello, del que fue superior. Finalmente, en de de Nuestra Señora de Atocha, siempre en la capital de España, donde se hallaba asignado a la hora de la muerte.

   Vivió intensamente su consagración religiosa, alto de estatura, muy ordenado en su vida de oración y trabajo, cuidadoso en la preparación y acción de gracias de la Eucaristía. Era hombre sencillo, agradable y muy piadoso. Se dedicaba a sus ocupaciones, hablando solo lo necesario. En la prisión fue incansable en la asistencia espiritual a sus hermanos.

   A la vicaría de las monjas Dominicas de Quejana, donde ejercía su ministerio fray Raimundo Castaño llegó fray José María González Solís el 1 de julio de 1936 para reponer su delicada salud y predicar después ejercicios espirituales a las religiosas. Vivieron con honda preocupación en clima comunitario hasta el 25 de agosto en que fueron hechos prisioneros. Todavía el 15 de agosto de 1936, vigilado de cerca por milicianos descreídos y ante la contrariedad de los mismos, predicó el Padre Castaño con gran serenidad sobre el misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos. Uno de aquellos milicianos lo amenazó con matarle si hablaba de nuevo.

   Detenidos, como queda dicho, el 25 de agosto los llevaron prisioneros a Bilbao y allí los encarcelaron, hasta que, pocos días más tarde, los condujeron al barco-prisión «Cabo Quilates», fondeado en la ría de Bilbao, entre Erandio y Baracaldo, donde los sometieron, con verdadera saña, a malos tratos, humillaciones y burlas continuas. Quisieron obligar a los dos a que renegaran de su fe y a profirieran blasfemias, a lo que ellos se negaron con extraordinaria firmeza, con más énfasis el Padre Solís. Lo soportaron todo con resignación y alegría.

   Algún compañero de prisión descubrió en el P. Castaño un alma pura y atrayente, incapaz no solo de hacer daño a nadie, ni siquiera de pensar que existiera alguien que pudiese hacerlo a otro. Hasta que se lo prohibieron, rezaba las tres partes del rosario con otros prisioneros. Luego lo hacía en voz baja con los que estaban cerca. Lo recordaban como sencillo y bueno. Era la admiración de los compañeros de infortunio por sus dotes especiales. Uno de los presos comunes que hacía años que no se confesaba se confesó con él, y después de su muerte lo vieron llorar como un niño. Otro publicó en un periódico, veinte años después de los hechos, estas afirmaciones, llenas de emoción: «A ti, Padre Castaño, debe mi alma su íntimo contacto con Dios; a ti se debe mi completa identificación con los misterios de la religión; a ti debe el reafirmarme en mi fe, te debo el acrecentamiento de resignación cristiana a los designios de la divinidad. Con tu elevado espíritu, tu humildad inigualable, tu envidiable serenidad, ejemplar conducta, modestia y resignación, fuiste quien en la bodega número 3 infiltró la santidad hasta en los presos comunes, que para mayor vejamen hicieron convivir con nosotros las para, nosotros solo, amargas horas del “Quilates”, y más de uno, convirtiéndose, recibió de ti la absolución en el santo sacramento de la confesión. Tú que repartiste el lecho y abrigo, el pan en los continuados días de forzoso ayuno, tú que sin una lamentación o queja, soportaste siempre con la frente alta y la mirada puesta en lo Alto los mayores insultos, las más procaces injurias y las más soeces actitudes con que te “distinguían” los milicianos».

   En la noche del 2 al 3 de octubre de 1936 los hicieron subir a la cubierta del barco. El P. Castaño ascendió con presteza, con las botas puestas, porque un instinto interior le animaba hacia la «liberación». En la cubierta fueron fusilados poco después de las 10 de la noche. Se sabe que algunos de los fusilados en esta ocasión quedaron malheridos, porque compañeros de cautiverio oyeron, no solo las descargas de las armas de fuego, sino también los lamentos consiguientes, hasta que los remataron alrededor de las tres de la madrugada.

   Enterraron sus cadáveres en el cementerio municipal de Santurce, y el 18 de noviembre de 1938 los trasladaron al mausoleo de Vista Alegre, en Derio, donde continúan en espera de la resurrección futura.

   Desde el momento de la muerte se tuvo a estos dos Siervos de Dios como mártires de la fe. Esta fama se fue confirmando con el paso de los años, a medida que se conocieron más datos sobre el desenlace de sus vidas, con noticias proporcionadas por personas que compartieron con ellos la prisión. Por lo cual el Obispo de Bilbao el año 1960 abrió una encuesta en orden a su beatificación o declaración de martirio, averiguación que finalizó en 1961. La Congregación para las Causas de los Santos reconoció la validez jurídica de este proceso el 10 de octubre de 1997. Elaborada la Positio se debatió según costumbre y a diversos niveles sobre su martirio.

   El Santo Padre Benedicto XVI el 10 de mayo de 2012, en audiencia concedida al Cardenal Angelo Amato, Prefecto, ha autorizado a la Congregación para las Causas de los Santos la publicación del oportuno decreto de martirio de los dos Siervos de Dios, que se convierten así en Venerables, en espera de que sea fijada la fecha de la beatificación. (Postulación General O.P.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario