Yo tengo un hábito, blanco como una vida que empieza, y,
como un grito de muerte lo cubre una capa negra…
Y es perfecto; que al mirarlo, vida y muerte se hermanan, y
se amigan, y se besan, y no es ya la muerte signo de terrores y tristezas, no
es ya ni muerte tan solo, que es, ¡puerta de vida eterna!
Yo tengo un hábito blanco, blanco como una vida que empieza,
que por amor a la muerte se cubre con capa negra.
Vida y muerte de la mano juntas por la misma senda… ¡que meditación
tan honda mi cuerpo sobre sí lleva!
La muerte, con sus abismos… La vida con sus promesas…
Blanco es el hábito mío lo mismo que la azucena, y negro
como la noche de huracanes y tormentas…
Blanco como la sonrisa negro como la tristeza. Blanco, como
la nieve virgen. Negro como la ilusión muerta. Es blanco como la luna y su
cortejo de estrellas. Es negro como los vientos gritando entre ramas secas…
Es blanco, como la espuma que el mar, regala a la arena… Es
negro, como el pecado, -signo y cruz de penitencia-, es blanco como la fe,
blanco como la pureza, y porque quiso María –bendita Madre- que fuera así;
¡blanco como la Hostia que el Cuerpo del Hijo encierra!
¡Qué meditación tan honda mi cuerpo sobre sí lleva!
La vida y la muerte juntas como alegres compañeras, ¡que
prodigio de equilibrio y que lección de prudencia!
Negro y blanco, muerte y vida seguiréis siendo en la tierra,
pero en el cielo seréis, negro y blanco, ¡vida eterna!
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